martes, 11 de octubre de 2011

El primer celular de tus hijos

Llega un momento en la vida de los hijos en los que se vuelve imposible negarles un celular. Sea por presión social, porque es conveniente para ubicarlos si están lejos o por las razones que sus padres consideren válidas, los chicos se inician en el mundo de las comunicaciones personales bastante antes de ser adultos responsables.
No hay acuerdo en cuándo debe ocurrir, aunque algunos expertos aconsejan no hacerlo antes de la edad escolar (en promedio, la iniciación suele ocurrir a los 10 u 11 años, ver abajo).
En rigor, es probable que ya hayan jugado con un celular, pero por primera vez dispondrán a su antojo de un dispositivo de bolsillo formidable.
Pero que parezcan ser expertos en su uso no significa que sean conscientes de todo lo que sus actos implican, de la misma manera que porque saben hablar y caminar por la calle un padre no los dejará deambular solos.
Decidir qué equipo se le dará a los hijos no es menor. Aquí, algunos consejos para los padres.
Primer punto: aunque, como dice Ariel Torres en su columna de abajo, el pragmatismo de los chicos les permite dominar un dispositivo como un celular en poco tiempo, es crucial explicarles que ese teléfono les permite comunicarse con padres, amigos y familiares, y ser más independientes, pero que también puede recibir llamadas y mensajes de desconocidos. Deben entender, entonces, que el número no se le debe dar a cualquiera.
Dependiendo lo agitada que sea la vida de los chicos, y de su carácter, es conveniente evaluar si vale la pena regalarles el último smartphone de 2500 pesos. No porque no lo vayan a aprovechar: lo harán más que un adulto. Pero ese teléfono luego irá en el bolsillo de cualquier pantalón, se caerá en la calle, se arrojará al fondo de la mochila o será robado; en fin, tendrá una alta probabilidad de perderse como el resto de sus pertenencias, como buzos, cuadernos y demás.
Quizá sea mejor que los chicos se inicien con un móvil sencillo y económico. Hoy, todos permiten hacer llamadas y enviar mensajes de texto, que debería ser suficiente para la mayoría de los usuarios.
Si además quieren actualizar su Facebook y chatear hay dos opciones: ir por un smartphone o por un móvil social (un equipo de mediana sofisticación, que permite el acceso a las redes sociales y suele tener una antena Wi-Fi). Aquí hay equipos como el Nokia C3, Samsung Ch@t 335, LG 305 o el flamante Sony Ericsson Txt Pro, con precios que oscilan entre 350 y 500 pesos, según la compañía y el plan elegido.
El abono es la tercera parte de la ecuación que los padres deben resolver, y que va emparejado con una incógnita: pasar o no a un smartphone.
Tanto Claro como Movistar y Personal permiten tener móviles prepagos (con crédito que se carga con una tarjeta), pospagos y con límite de gastos (se carga un dinero mensual y si se gasta se carga más), y con números predefinidos a los que se puede llamar gratis. Pero además las tres compañías permiten transferir crédito de una línea a otra. Claro y Movistar permiten hacer llamadas por cobro revertido a un número predefinido (la llamada la paga el receptor); Personal y Claro, además, ofrecen crédito automático si se agotó el saldo de la línea, y Movistar tiene varios servicios para que la línea sin crédito no quede incomunicada, como un alerta vía SMS de que alguien con el abono agotado está intentando comunicarse con nosotros.
Las tres operadoras ofrecen herramientas para controlar los mensajes de texto pagos provistos por terceros, a los que quizá los chicos se suscriban y que pueden resultar muy onerosos. Personal tiene una herramienta en http://www.personal.com.ar/ para eso, y Movistar tendrá en breve una similar (y puede gestionarse a través del *611).
Los chicos prefieren el SMS y los padres, las llamadas, según una encuesta reciente que hizo la consultora TNS para Personal. Esta operadora, como las otras, tiene planes con llamadas, mensajes, y paquetes que agregan minutos de voz, SMS, acceso específico a las redes sociales o megabytes para navegar, chatear y demás.
Los usuarios intensivos de un celular consumen entre 300 y 500 MB de datos, pero para ver el mail, Twitter, Facebook y usar un mensajero instantáneo tipo Whatsapp con 100 MB debería alcanzar. YouTube y otros servicios de streaming sólo deben usarse por Wi-Fi, porque consumen mucho ancho de banda (es decir, mucho crédito).
Los móviles BlackBerry se venden con planes que ofrecen chat y correo electrónico ilimitado. RIM comenzará a fabricarlos este mes en Tierra del Fuego, por lo que deberían estar disponibles en las tiendas en breve.
Qué libertad tendrán los chicos para usar estos servicios depende tanto de los padres como del móvil. Si tiene Wi-Fi se conecta gratis a Internet. En los móviles sociales o los teléfonos económicos que tienen acceso a la Red no hay un método sencillo para bloquear la conexión a la red 2G o 3G y evitar el gasto que esto implica.
En este caso será más eficiente el uso de un smartphone, ya que tiene más herramientas para limitar funciones si un padre lo desea. Hoy hay alternativas desde 400 o 500 pesos con sistema operativo Android, que incluyen además juegos, miles de aplicaciones, etcétera. Aquí se puede usar un freeware, APNDroid , para evitar que el equipo se conecte en forma automática a Internet; algunos móviles con Android de Motorola, Samsung y Sony Ericsson tienen esta función incluida. En los Nokia cada vez que el móvil quiera acceder a la red sin Wi-Fi pedirá autorización (y se puede ordenar que no lo haga por completo). En un iPhone con iOS 4 también se puede definir que no use la red celular para datos desde su configuración general.
Una alternativa para bloquear el acceso a Internet en estos equipos es cambiar el nombre del punto de acceso a la red celular (el APN, en la jerga informática) en la configuración de conexión, y pasarlo manualmente de (por ejemplo) gprs.operadora.com a gprs-no.operadora.com
Un smartphone permite, además, usar un servicio como Google Latitude ( www.google.com/latitude , gratis, disponible para casi todas las plataformas de smartphones), que compartirá la ubicación del teléfono con otros usuarios preaprobados. Este servicio usa el GPS y las antenas celulares para triangular la ubicación del móvil y es una buena manera de monitorear dónde está un hijo. Pero requiere una conexión a Internet y que el usuario acepte el monitoreo (y no desactive la aplicación). En el caso de los BlackBerry existe un servicio gratis ( Protect ) que además de hacer copias de seguridad en línea permite ubicar el teléfono a distancia y bloquearlo si es necesario ( http://www.ar.blackberry.com/services/protect/ ). El resto de los smartphones ofrece servicios de ubicación similares.
Para Android hay aplicaciones como Norton Online Family (gratis), para definir horarios en los que los chicos podrán navegar o chatear desde el móvil, o Parental Control (gratis) que bloquea el acceso a determinadas aplicaciones y exige una contraseña para instalar nuevos programas.
En el iPhone esto es parte del sistema operativo y se define en Ajustes > General >Restricciones ; allí se puede anular el acceso a YouTube, la instalación de aplicaciones y demás.
Los padres pueden probar también Mobiflock ( http://www.mobiflock.com/ , en período de beta, por ahora sólo para Symbian), que permite poner límites al uso del teléfono.
Y lo que no deberían olvidar de recomendar a sus hijos es ponerle una clave al teléfono para evitar que, si se extravía, un desconocido tenga acceso a la información que contiene.

Si yo volviera a ser niño y tuviera un celular

ARIEL TORRES
Leí Si yo volviera a ser niño, del pediatra, escritor y mártir Janusz Korczak, en la adolescencia. Pocos libros me han conmovido tanto en mi vida. Desde entonces hice -traté de hacer- un esfuerzo consciente para no perder de vista la infancia. Porque, lo aceptemos o no, un día, cualquier día, cualquier noche, descubrimos que ya no recordamos cómo era ser un chico.
La infancia no es una etapa más de la existencia. Es el mayor de sus misterios.
Sé que Si yo volviera a ser niño me cambió. Desde entonces no he podido volver a ver un chico sin ponerme en sus zapatos, en su corta estatura desde donde el mundo aparece entre inalcanzable e inmenso, en su inocencia sin tacha, que es el secreto final de la infancia, su núcleo de diamante, que hemos de perder en los años por venir para obtener una adultez que, vaya absurdo, presume de más sabia.
El libro de Korczak me hizo abrir los ojos justo a tiempo, cuando me encontraba en ese límite entre dos mundos al que llamamos adolescencia. Como si hubiera sido un conjuro mágico, la puerta de la madurez quedó entornada, no llegó a cerrarse del todo, y hoy consigo -no sin dificultad- ponerme en el lugar de los chicos, usualmente en sueños o, más probablemente, cuando veo el trato abominable que muchos reciben como si eso fuera normal y aceptable.
Esa madre que vi hace un par de semanas insultando a su hija a viva voz en un concurrido local de comidas rápidas porque la chica había perdido alguna chuchería recién comprada. El terror en la cara de la nena era evidente, esa clase de terror que sólo sentimos en la infancia, un terror que convierte al presente en algo sin mañana. Vamos. A todos nos pasó de chicos. Hagan un esfuerzo. Los sustos de la infancia son eternos. Y sobre eso la madre descargó la golpiza del verbo. En público.
O ese padre que en un supermercado, dada la caprichosa insistencia del mocoso respecto de alguna golosina, prefirió revolearle un sonoro cachetazo y terminar con el asunto. El chico se quedó demudado en medio del pasillo, con la mano en la mejilla colorada y los ojos incrédulos. Aunque sospecho que no era la primera vez.
Dirán, lo sé, que exagero. ¡Un chirlo en el momento justo es beneficioso, les enseña los límites!
Un chirlo, puede ser, en privado y sin violencia, sin la intención de la violencia. Pero no es lo que veo en numerosas ocasiones. Veo castigo físico. Veo el insulto descarnado y cruel.
Bien diferente pensaríamos los adultos si cada tanto apareciera un sujeto de seis metros de altura y nos encajara un bollo con una manaza de sesenta centímetros. No nos parecería tan propedéutico.
Chirlos eran los de mi abuelo. Un tirón de orejas que ni violenta ni duele.
Cada vez que me encuentro con esas escenas recuerdo el libro de Korczak, que eligió inmolarse con sus alumnos en el campo de concentración nazi de Treblinka, a pesar de que no una vez, sino al menos dos, se le ofreció la puerta trasera para salvarse. Se negó. Eso es sacrificarse por un hijo. Y ni siquiera eran sus hijos.
A propósito, el libro de Korczak se consigue en la Argentina. Lo he visto en MercadoLibre y está siendo publicado también por Editorial Rayuela ( www.rayuelaeditores.com.ar/publi_janus.htm ).
Vida difícil
Hay algo que recuerdo bien de mi propia infancia. Los chicos somos (perdón, son) perfectos sistemas naturales de aprendizaje. No es raro que incorporen la atroz violencia, si esto es lo que consumen a diario; o la basta grosería, si es lo que tienen constantemente alrededor.
Alrededor, digo, es el mundo que hemos construido los adultos. ¿Recuerda cuando decíamos que deseábamos un mundo mejor para nuestros hijos? Bueno, eso ya ha llegado, y el mundo parece lejos de ser mejor. No me asombra que el púber (incluso el niño, madurado prematuramente) resuelva también sus problemas a los golpes, a los gritos, con la amenaza y la descalificación.
Entonces miramos hacia otro lado y decimos que la culpa de que los chicos estén cada vez más insolentes y agresivos la tienen los celulares e Internet, las computadoras y Facebook. Agregamos, en nuestra irresponsabilidad, que ellos ya nos superaron, que vienen con un smartphone bajo el brazo, que nos pueden dar clase sobre estas cosas (aunque, claro, nosotros no entendemos nada).
Por eso, les voy a contar un secreto. Algo que descubrí no por llevarme bien con estas tecnologías nuevas , sino por haber leído a los 15 años el libro de Janusz Korczak, por hacer el ejercicio constante de imaginarme cómo se ve el mundo desde allí abajo, cómo se siente depender por entero de otro para sobrevivir, cuando se habla de cosas que no comprendemos y cuando lo que no entendemos no nos provoca sospecha. Nos provoca curiosidad.
Piénselo. Para los chicos la vida es durísima. El mundo está hecho para la talla de los adultos, para su fortaleza física, usan un críptico lenguaje escrito, ¡hasta las llaves de luz se encuentran más allá del alcance de un chiquito!
El pequeño maestro
Y sin embargo ocurren cosas como esta escena que vi hace varios años en una de esas megatiendas de materiales para la construcción. Mientras aguardaba no recuerdo qué noté varios adultos intentando operar un quiosco de información sobre colores, convencidos de que la pantalla era táctil, como la de los cajeros automáticos. Pero no. Hacían su pequeño papelón privado, se excusaban ante sus cónyuges o ante sí mismos con algún dicterio, y hacían mutis por el pasillo de la grifería.
Entonces llegó un chico de alrededor de 5 o 6 años. Tal vez menos. Sé que le costaba llegar hasta la pantalla. Por supuesto, descubrió enseguida la flechita del puntero colgando a un costado de la pantalla, le puso el dedito encima y la movió cómodamente hasta un botón, hizo clic, y en los siguientes dos o tres minutos abrió varias páginas del catálogo, hasta que se aburrió. No era ni remotamente una PS3.
Claro que, a esas alturas, media docena de adultos lo observaban entre ávidos y atónitos. Los más humildes le pidieron que abriera esta o aquella página. Otros, con una arrogancia que sólo se explica por el hecho de que allá en las alturas, donde los adultos tienen la cabeza, el aire debe estar enrarecido, intentaron mover el puntero con la misma soltura que el chiquito, pero sin éxito. Aun a la distancia, me daba cuenta de lo que hacían mal: apretaban con demasiada fuerza. El típico estilo adulto.
De modo que nuestro pequeño héroe terminó ayudando a su clientela de grandes arriba de un banquito que le consiguieron.
Breve curso de idiomas
Sumando ignorancia a la ignorancia, los adultos estamos persuadidos de que los chicos saben algo que nosotros ignoramos por el solo hecho de ser chicos (lo que es tan ridículo que mueve a risa, convengamos).
Una pena: ya nos hemos olvidado de lo único que realmente sabíamos en la infancia. No contaminados todavía por la idea de que el saber es la llave de todas las puertas, iletrados pero obligados a aprender a vivir (y, horriblemente, en millones de casos, a sobrevivir), los chicos son pragmáticos. Un niño carece por completo del concepto de leer manuales y hacer cursos. Mire: ha aprendido un lenguaje completo en menos de dos años, sin profesor, sin gramática, sin laboratorio multimedia.
En consecuencia, y por necesidad, el chico se saltea la etapa de leer el manual. Echa mano del único método que conoce; a propósito, le viene dando resultados espectaculares. Con no menor pericia es capaz de manejar a sus propios padres.
Aguafuerte cotidiana
Así que veamos lo que hace un chiquito cuando se enfrenta a un nuevo celular. Primero lo mira por todos sus lados, incluidos el respaldo y los bordes. Ya sabe dónde está el botón de encendido y que la cosa tiene camarita. Como no logra hacerlo arrancar rebusca en la caja, de cuyo interior nosotros sólo hemos atinado a extraer el manual, desempaca la batería, abre el respaldo del móvil y la coloca en su lugar. Lo que a nosotros nos llevaría una hora, esto es, encontrar la posición correcta de la batería, para él es obvio. Los tres o cuatro contactos de metálicos van con los equivalentes dentro del aparato. Vamos, es obvio.
Así que antes de que haya pasado un minuto ya encendió el teléfono y, por supuesto, ya ha detectado los botones fundamentales: llamar, cortar, menú. Importa poco si es un teléfono económico o un iPhone 4S. El chico no quiere saber; quiere usar. De ensayos anteriores, de verlo en la calle, en las películas, en Internet ya ha aprendido los elementos básicos: que verde llama, que rojo corta, que llamar está a la izquierda y cortar a la derecha, que una casita casi seguro es configuración, lo mismo que una tecla más grande en el medio o grande y redonda, y así. En rigor, lo único que de verdad importa, en este punto, es que el niño sabe que no puede romper nada por mucho que apriete los botones.
En quince segundos hace tantos ensayos de acierto y error como para llenar una resma de papel. En términos de supervivencia, no hay quién le gane a un chico. Quizá también por esto es tan catastrófico enseñarles que la violencia es lícita para resolver problemas. Intentan hasta que aciertan, y cuando aciertan esto queda grabado de forma indeleble. Así, la agresión se fija, echa raíces, emponzoña.
El hecho es que para cuando usted consiguió sacar el manual del envoltorio plástico -sin romper la bolsita, por si acaso, ya que tiene una etiqueta con un código de barras, y vaya uno a saber -, el chico ya le sacó una foto con el celular y se la mandó a su esposa por MMS. El retrato, en el que usted aparece con cara de pasmado, no lo favorece, hay que decirlo.
En tiempos de cambios paradigmáticos, cuando nos invaden de un día para el otro tecnologías disruptivas, el sistema tradicional de aprendizaje ordenado y programado se desmorona. No digo que sea malo. De hecho, es lo ideal. El problema es que no hay tiempo para hacer un curso por cada dispositivo y software que ingresa en nuestra vida, más los que pasan por ella sin pedir permiso.
Sólo el pragmatismo infantil funciona, y entonces fantaseamos con la idea de que ellos ya saben todo eso de nacimiento . Como si acaso fuera posible. No, no lo es. El lenguaje, sí, viene con los genes; los celulares y el control remoto de la tele, no. Tampoco el diccionario, las palabras, que han integrado a una velocidad increíble.
La diferencia reside en el método de aprendizaje, nada más. El adulto pasa de la teoría a la práctica. El niño se saltea la teoría. Por esto también nos costará entender cuando los chicos tratan de explicarnos algo. Tenemos sistemas operativos incompatibles.
Cuidado, vida adelante
Pero esto es también lo único que saben. No se confunda. Nosotros, los grandes, sabemos los riegos del mundo real, sabemos de traiciones y bajezas, de engaños y verdades a medias. Tenemos experiencia, acumulada no siempre gozosamente. Tenemos visión de futuro, y no porque seamos más altos.
La cuestión, me parece, no es saber manejarse con el celular. La cuestión es saber manejarse en la vida. Eso, sepamos mucho o poco de tecnología, sólo nosotros se los podemos enseñar. Por eso, me parece, todo nuevo chiche tecno debe contar con un componente indispensable: los padres.

¿A qué edad comprarles un celular a los niños?

a fascinación por tener la última versión de la muñeca más famosa del mundo o contar con la nueva edición de la camiseta de la Selección ya forman parte de una moda alejada de estos tiempos.
Los "tecnojuguetes", liderados por el celular, se perfilan en esta época como una atracción en aumento para los chicos (cada vez más chicos), aunque también como el origen de un sinfín de pesadillas para algunos padres.
En un extremo se ubican quienes abrazan con entusiasmo a la telefonía móvil porque la asocian con un modo directo, rápido y efectivo de entrar en contacto con sus hijos. En el otro están los que se resisten al cambio y tienden a "demonizarla". El medio está poblado de tantos grises y matices que suele confundir. Y, con tantas opiniones, las dudas se multiplican en lugar de acotarse: ¿qué hacer si los chicos insisten en comprar uno de estos aparatos? ¿qué postura tomar?
Abrirse a lo nuevo. Los expertos suelen comparar el avance del celular en la casa y el aula con la reacción que despertó en sus inicios la televisión y los desafíos que se instalaron con ella. La clave pasa, sostienen, por intentar conocer las posibilidades que encierra esa tecnología antes de correrla hacia un costado y descartarla.
"El celular es un dato de la realidad que no se puede evitar. Cada época tiene sus cosas, que no necesariamente son buenas o malas, sino simplemente distintas. Por eso, es preferible que tanto los padres como los colegios busquen la manera de absorberlo en lugar de resistirse. Es probable que ante la prohibición, sobre todo los adolescentes, lo sigan utilizando, porque son quienes más desafían los límites", advirtió a lanacion.com Enrique Carrier, analista de la consultora Carrier & Asociados.
Entre beneficios y prohibiciones. El debate concentra varios interrogantes, aunque el primero que se dispara es saber si existe una edad ideal en la que los padres deberían ceder ante el insistente (a veces caprichoso) pedido de los chicos de tener un teléfono móvil. Las opiniones que esgrimen los especialistas tienen un denominador común: no antes de la etapa escolar y sólo a partir de los 10 u 11 años en promedio.
La compra de ese dispositivo abre un amplio abanico de posibilidades sobre qué usos darle y cómo controlar el acceso a este medio de comunicación.
Insistir en que se trata de una vía extra para entrar en contacto, pero no en la única ni la mejor puede ser un buen comienzo.
Evitar la "tecnolatría". Enrique Novelli, psicoanalista de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), indicó que los padres deberían limitar el envío de mensajes de texto y llamadas para determinados momentos y hacer hincapié en que esta práctica no reemplaza el encuentro cara a cara: "Muchos establecen una relación tan peculiar con el aparato que quedan sometidos a una dependencia casi enfermiza, en la que se pierde el valor de la comunicación. Pasan de usar la tecnología a caer en una tecnolatría, en la que el celular es visto como un ídolo".
La advertencia de Novelli es doble: para los niños con sus pares y para los padres con los niños. A veces, estos últimos se vuelven omnipresentes y abusan de este modo de entrar en contacto: quieren saber dónde están, adónde van y qué hacen en todo momento justificando que así se sienten más seguros.
Ocurre que, por lo general, los padres controladores terminan por "generar hijos con baja estima o transgresores en cuanto salen del horizonte de la mirada paterna".
Comportarse así, además, puede repercutir negativamente en otros ámbitos, como la escuela, especialmente cuando los chicos saltean las jerarquías y piden ayuda a sus padres -a través del celular- en lugar de hacerlo con sus docentes.
Para Diana Sahovaler de Litvinoff, psicoanalista de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) y autora del libro El sujeto escondido en la realidad virtual, "no se debe fomentar esa dependencia. Los chicos tienen que avisarle a la maestra y no a la madre cuando se sienten mal, y saber que el recreo es para salir a jugar y relacionarse con sus amigos, no para aislarse con el aparato".
Confianza. Si bien para algunos adultos resulta más sencillo que para otros resolver varias de las aristas que plantea el tema, lo más importante, coinciden los expertos, es acordar normas como familia y ser coherentes con ellas. En esto es fundamental poder depositar una alta cuota de confianza en ellos y suponer que van a saber manejarse con prudencia.
Así, lo sugirió Marisa Russomando, licenciada en psicología y directora del espacio La Cigüeña, que deslizó, entre otras recomendaciones, pedirles a los chicos que presten atención al usar el celular, que no agoten todo el crédito para poder llamar en caso de una urgencia, o que lo tengan encendido cuando no están dentro de la escuela.
Los colegios, por su parte, deberían reflexionar sobre esta práctica y convocar a los alumnos a trabajar en conjunto para lograr un uso responsable del celular puertas adentro. Y los padres, a su vez, respetar las reglas establecidas aunque no coincidan con las propias.
En definitiva, se trata, describió la especialista, de acompañarlos en su crecimiento brindándoles recursos para avanzar juntos, sin peleas y angustias.

VOCES ENCONTRADAS

Como parte del debate, lanacion.com invitó a sus lectores a opinar acerca de la relación de los chicos y el celular, y los permisos y prohibiciones que podrían impartirse. A continuación, un resumen con algunos puntos de vista.

A favor

- "El celular es una comodidad, una ventaja, un adelanto tecnológico". (Caracal)
- "Negar el celular hoy en día a los chicos es como si a nosotros nos hubieran prohibido usar el balero, monopatín o las figuritas". (quique51)
- "Si no se lo comprás queda fuera del círculo de sus amigos. Hay que aceptar la época en la que vivimos". (scdenoia)

En contra

- "¿Cómo se hacía antes? Nuestras madres no tenían rastreador. Tener celular no te garantiza seguridad ni control, más bien los expone a los robos". (laurapereyra)
- "No creo que los chicos deban tener celular hasta los 15 o 16 años, que es cuando salen solos con amigos al cine o a cumpleaños". (EduardoBovero)
- "Es innecesario, inútil y cuesta dinero". (Ivanbeno).
En la Argentina.
  • Se calcula que existen aproximadamente 57,8 millones de celulares en la Argentina
  • Se registra un promedio de casi 5 mil millones y medio de llamadas mensuales
  • La mensajería móvil creció un 21,4% respecto del año anterior

Fuente: Datos provistos por la Cámara de Informática y Comunicaciones de la Argentina (Cicomra), según un informe publicado en febrero de 2011
lanacion.com

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