jueves, 6 de octubre de 2011

Afectivos y cómplices: así son los padres modernos

PADRES MODERNOS
El destino son los padres”, decía Freud. En este caso, el gran estudioso del inconsciente parece que se quedó corto. Lo que el médico de Viena trataba de explicar era que no hay manera de escapar de un destino fileteado de antemano. Que allí donde vayamos, como una sombra implacable, viajará nuestra historia emocional y nuestra infancia, la patria de cada uno.
Pero algunas cosas cambiaron. Entre ellas, el rol del padre, una tradición –del tamaño y la dureza de un trasatlántico cultural– que parecía condenar a los varones a la insularidad emocional. Como asegura el especialista Rafael Montesino en su obra Las rutas de la masculinidad, las relaciones entre varones tenían “que demostrar los atributos masculinos: una rudeza manifiesta desde el lenguaje hasta la gesticulación, situación que antes dificultaba las expresiones afectivas entre padres e hijos, obligando sobre todo a los varones a reprimir sus sentimientos”.
A diferencia de lo que supo ser una conducta inalterable, los hombres de hoy se relacionan diferente con sus hijos. Lo que históricamente fue un vínculo dominado por la distancia afectiva, los silencios y hasta cierta hostilidad llevada con orgullo –algo que se exacerbaba con el hijo varón– hoy se posiciona en otro lugar. Son padres de entre 30 y 40 años que crecieron en una sociedad asfixiante –niñez y primera adolescencia durante la dictadura–, lo que generó, acaso como respuesta a esa opresión, que la libertad fuera incorporada con cierta desmesura. Ya en el rol de padres, y con el recuerdo ingrato de haber padecido esa severidad, los hombres se acercan a sus hijos permitiéndose el cariño. Son parte de una generación que, más tarde, abrazó masivamente el rock y tuvo una relación mucho más natural con el placer, lo que le permitió cambiar los parámetros de conducta: de padres severos y con su afectividad mutilada, a padres compinches y capaces de poner el cuerpo. “Antes había cosas que se hacían a escondidas (probar el alcohol, prender un faso) y ahora buscás que las haga con vos para poder guiarlo o explicarle”, dice Rafael Buelink, padre de dos hijos (ver “Lo que marca...”). “La generación anterior, los padres de los actuales padres o los abuelos de hoy, han tenido cierto autoritarismo como característica de su carácter”, aporta Mónica Peisajovich, Psicologa.
La licenciada Liliana Racig desentraña las razones que contribuyeron a que el control se volviera permeable. “Los excesos o abusos de autoridad generaron mala prensa sobre ese vínculo, y temor frente a su uso, tanto en lo familiar como en lo social. Especialmente en sociedades como la nuestra, víctima del autoritarismo durante largos períodos”.
Esa mala prensa del concepto de autoridad provocó también que, al tiempo que los padres se amigaban con sus hijos, calzaban su misma marca de jean y zapatillas e iban con ellos a recitales –aun cuando los chicos tienen edad de jardín–, se desdibujaba el concepto de límites, conllevando un peligro para el futuro.
Racig cree que hay que revalorizar ese concepto. “Porque es importante el límite que protege, no el que anula. Es un límite que brinda el marco adecuado para no exponer a los niños a lo que, por su madurez, no pueden manejar”.
Ahora bien, ¿hay ventajas concretas de ese acercamiento? De acuerdo a los especialistas (ver aparte), el hecho de crecer en un clima de mayor afecto y contención hace que los chicos desarrollen la creatividad, la libertad y la capacidad de crítica. Claro que ese avance debe ser cotejado, casi obsesivamente, para que los chicos no se sientan los reyes de la casa.
“Lo que hay que hacer es darle solvencia al rol de padre, basado en nuestra responsabilidad frente a su bienestar, asumiendo con seguridad el desafio de la ira cuando decimos ‘no’ porque lo hacemos desde el amor. Eso sirve, fundamentalmente, para que enfrenten y conozcan la frustración y generen anticuerpos reales”, concluye la licenciada Racig.
En definitiva, el avance del rol del hombre en el hogar y la crianza es un avance en primer lugar para él: el hombre es capaz de mostrar lo que siente sin que ello signifique, como ocurría antaño, un rasgo de vulnerabilidad. Ese salto de calidad emocional, esa pequeña “revolución de la ternura” conlleva excesos, riesgos, otras ausencias –tal vez no físicas, pero sí de límites– que cada casa y cada alcoba intentará equilibrar con su propia lección de anatomía.

“Lo que marca la diferencia es que aprendimos a demostrar”

Rafael Buelink (40)
Ocupación: Contador Público
Dos hijos: Rafael (11) y Antonio (6). Casado con Mariana.
Vive en: Buenos Aires
Rafael se crió con un padre que le llevaba casi 40 años. Era un relación respetuosa, distante y dominada por los silencios. Pero aun cuando no “mamó” afecto físico, él lo pudo aplicar -casi naturalmente– con sus hijos. “Tengo una relación muy cercana, distinta a la que tenía con mi viejo. El demostraba el cariño diferente, trabajando muchísimo y dándonos a entender que sin sacrificio y austeridad no hay nada. Más allá de que creo en ese concepto, aprendí a construir trabajando también hacia adentro. La relación con mis hijos es el motor de nuestras vidas, tanto para Mariana, mi mujer, como para mí. Aprovecho cada oportunidad para darles un abrazo, una mano en el hombro o una trompada cariñosa jugando a las luchas”.
Dueño de una pequeña empresa, Rafael tiene claro que no es fácil la tarea: “El diálogo es fundamental, pero a veces cuesta. Será que nos quedó algo de la relación con nuestros viejos. Trato de acercarme para hablar, siempre que ellos tengan la inquietud”. Y en relación a los riesgos, agrega: “Nosotros corrimos la vara de límites, para darles más oxígeno, pero por otro lado, a veces me escucho decir ´Porque yo lo digo y punto´ y me acuerdo de mi viejo. Trato de demostrarles que, si bien el acceso a los gustos hoy parece más fácil, no por eso tienen que desconocer el esfuerzo que supone conseguirlos. Creo que lo que marca la diferencia del vínculo es que sabemos demostrar.

Los cambios de roles y la ley del deseo

El afecto es necesario o imprescindible para vivir, sin afecto un recién nacido muere. Pero decir “no” también es afecto, es amor. Dar afecto no es dejar de poner límites sino, por el contrario, dibujar un contorno que permita establecer un orden, una ley y un deseo. No olvidemos que lo prohibido es lo que tanto se anhela.
El afecto es un elemento primordial en el equilibrio, si pensamos la vida como una balanza de dos platillos. Debe ser un elemento siempre presente, aún en las situaciones en que se dice “no” a un hijo.
Un padre en su adecuada función tiene que enseñar al hijo “con amor” y darle las herramientas necesarias para poder desenvolverse en la vida presente y futura, valiéndose de esa palabra escrita en su espíritu –en su psiquismo– con afecto.
Por caso, darle de comer a un bebé o cambiar el pañal es algo que puede desvirtuar, desfigurar e invertir el rol paterno cuando esto es realizado cotidianamente y, en ciertas circunstancias, en exceso.
No hay que olvidarse que la estructura psíquica se está armando. Culturalmente estamos acostumbrados a un claro deseo de roles que hoy vemos invertidos. El padre baña a sus hijos y hace tareas domésticas: mientras la madre sale a trabajar o dedica un tiempo de deseo a otras tareas.

El lado oscuro del “populismo paterno”

En el juego del cambio de roles –o de su oscilación– hay distintas posturas. Para el ensayista y escritor Juan José Becerra, la paternidad “es una experiencia de amor clásica y ‘conservacionista’ en la que está todo inventado. La complicidad sin reservas con ellos es una calamidad”.
Con más de 35 años de experiencia en el tratamiento de conflictos familiares, la licenciada Fanny Feferman considera que “el cumplimiento de la norma es fundamental. El premio por un buen desempeño no debe ser a través del regalo de un objeto (lo más usual), sino de un reconocimiento explícito al hijo, de manera que se sienta orgulloso de cada logro, a la vez que querido y respetado”.
“Dulzura y a la vez firmeza –agrega la especialista– son fundamentales. Y, además, ser permanemtemente ejemplo entre lo que se dice y se hace”.
Becerra ve un estereotipo en el varón que es amigo del hijo: “Terminemos con el padre que busca siempre la relación horizontal con sus hijos por el sólo hecho de sentirse falsamente actualizado o rejuvenecido. Un padre es una imagen, y si uno le va a dar a sus hijos la misma imagen que les puede dar un amigo banana, la paternidad desaparece”.
Para terminar, el ensayista pone el ojo en los límites, ese concepto tan escurridizo. “Me gustan los padres que basan su autoridad en el argumento y asumen su debilidad cuando los hijos argumentan mejor. El populismo paterno es para padres fiacas porque ahí no argumenta nadie y gana el que se pone más pesado. “

No pasa un día sin que abrace a mi hijo

Creo que nuestra generación, literalmente, pone el cuerpo. No tengo motivo para dudar del inmenso amor que mi viejo me tuvo de niño, pero me cuesta recordar escenas de abrazos, besos, caricias compinches: por supuesto imagino que nuestros abuelos fueron el modelo amoroso en el que ellos fueron formateados y entonces entiendo ese “retiro del cuerpo”. Mi vieja, por ejemplo, jura que mi viejo jamás me cambió un pañal. Y yo, con mi hijo recién nacido, supe muy pronto los “tips” básicos de crianza; temperatura de mamadera, clases de llanto, cuidados al bañarlo, etc. No pasa un día sin que abrace a mi hijo y le diga al oído que lo amo; y no lo hago como “tarea amorosa”, simplemente lo siento en el cuerpo y se lo comunico.
No se si hay peligros en tal cercanía, pero supongo que con el correr de los años, un hijo puede sentir que su papá es una sombra demasiado enorme si uno “hipertrofia” el rol. Imagino que es un posible riesgo, pero mucho más inofensivo que la ausencia y la distancia.
Los niños tienen activada la capacidad de asombro y son observadores increìbles de lo que dejamos de mirar. El otro dìa, caminando, mi hijo se detuvo; yo lo apuraba y me dijo: “estaba mirando que linda mirada tiene ese perro.”. Esos instantes nos señalan que la vida suele estar en los rincones donde uno ya casi nunca vuelve.
clarin.com

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