domingo, 25 de septiembre de 2011

No hay que pedirle al lunes, más de lo que el lunes puede dar


En la medida que pretendamos torcer la naturaleza, nunca terminaremos de “aceptar” lo que nos viene como dado. Como siempre digo, “aceptar no es resignarse”; sino asumir que hay cosas que son como son y que, de no aceptarlas o incorporarlas, nunca habrá posibilidades de cambio.
Algo de eso pasa con el lunes. Por algo será que, aunque vivamos renegando, los lunes siempre cargamos con algo de sueño, enojo, desgano, hinchazón de rostro y más allá. Al menos eso suele pasarnos a una gran mayoría.
Tal vez, cuando aceptemos la energía y las posibilidades del primer día de la semana, seguramente, estaremos menos lunáticos y más acordes a los ritmos biológicos y emocionales; más en sincronía con nosotros y con todos los otros afiebrados por esto que se suele escuchar cada semana por ahí: “Es lunes. ¿qué pretendés?”
Si bien podría entenderse como el comienzo de algo nuevo, el “lunes” carga con emociones mucho menos positivas que, por ejemplo, un cuaderno, un auto, un vestido o un año nuevo. En nada se parece un lunes al olor a nuevo del tapizado, a la frescura de esa prenda nueva, a la expectativa del comienzo de año, de “una nueva oportunidad”. ¿Recuerdan la magia de la primera hoja en blanco del cuaderno? La mejor letra y todos los cuidados para evitar manchones y desprolijidades. Si hay algo que “el lunes no es”, es precisamente eso.
Si bien es el comienzo, los lunes cargan con la maldición de ser el verdugo del fin de semana. Es la guadaña que corta por lo sano el descanso, la fiesta, el fútbol, el asado, los ravioles, las tortas y las medialunas. Es más, es el día estigmatizado para comenzar las dietas y/o el gimnasio. Y como si esto fuera poco, carga con el estrés y la ansiedad del arranque, la incertidumbre y esta loca cuestión de que esta “fiebre” se repite cada siete días.
Definitivamente, por lo menos, hasta avanzado el mediodía, nuestro humor de lunes no es el mejor; tampoco rendimos lo mismo que otro día de la semana. (es bueno que los jefes y maestros lo sepan y dejen de poner las reuniones o lecciones apenas comenzada la semana) ¿Por qué no dejar de esperar del lunes más de lo que el lunes puede darnos?
¿Qué pasaría si entendiésemos que el lunes es lunes y que nunca será otro día de la semana? ¿Qué pasaría si, en la medida de lo posible, evitásemos los trámites, reuniones, citas y otros compromisos? ¿Por qué no patearlo todo para el martes?…
No se trata de dejar de cumplir responsabilidades, sino de, por ejemplo, bajar los niveles de exigencia y expectativa; reservarnos, al menos, una hora para alguna de las actividades que nos da placer; ¿por qué no ser originales y empezar la dieta o el gym a mitad de semana?. Tal vez, de este modo, el lunes se humanice y todo comience de una manera más flexible y menos afiebrada. ¿Un delirio? Con probar, no cuesta nada.
A lo mejor, sin tirarse a “chantas”, tan sólo se trata de “aceptar” y, a conciencia plena, no pretender mucho más de lo que sea posible o saludable.
lanacion.com

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