martes, 17 de agosto de 2010

Un apellido que ni la computadora reconoce

El sistema de codificación utilizado por los programas informáticos es capaz de imprimir muchos de los miles de caracteres chinos, pero hay algunos muy poco utilizados que no están en la base de datos.
"Este es el caso del apellido Shaan, procedente de la provincia de Shandong , cuyo carácter es una mezcla del símbolo utilizado para el número tres y el de la conjunción ´y´", comentó la reportera de la BBC, Viv Marsh.
"Si los portadores de este nombre de familia quieren obtener una copia de su licencia de conducir o de su permiso de residencia, tienen que cambiar de nombre porque la computadora es incapaz de imprimirlo", agregó.
Lengua compleja. Las palabras en la lengua son monosilábicas y algunas se pronuncian igual a pesar de escribirse de manera diferente.
De este modo, lo que muchos de los Shaans de Shandong están haciendo es cambiar su apellido por un carácter más reconocible y de igual pronunciación.
Pero el suyo no es un caso único. Durante varios años ?hasta que los sistemas informáticos se actualizaron- el político Yu Shyi-kun, quien fue primer ministro de Taiwán, no pudo imprimir su nombre completo.
"En este sentido, en muchas ocasiones, quienes tienen nombres que no son reconocibles se sienten molestos porque algunos de los caracteres que sí están codificados no se utilizan nunca. Por ejemplo, los hablantes de chino aseguran que la palabra ´nang´, que significa hablar con la nariz tapada, nunca se utiliza en la lengua escrita", señaló Marsh.

Las dos caras de la nueva China
Qingdao, SHANDONG.- Hubo una época en China, unas tres décadas atrás, en que el pasto era considerado una manía burguesa y los colores vivos un capricho de la derecha. La gente, entonces, seguía la tendencia: carpía el césped hasta dejar la tierra yerma a la moda maoísta y se vestía con el opaco bicolor de la época, negro y azul marino. Todo haciendo juego con el rojo omnipresente desde el período imperial.
En esa época, cuando Ursula Andrews deslumbraba al mundo al salir del agua con su bikini, era imposible un espectáculo similar en las playas chinas. Mallas de natación, sí. Mao Tsé-tung vestía una y se tiraba a nadar como un desaforado cada vez que veía agua –los guardaespaldas lo seguían con dificultad, porque Mao nadaba muy bien hasta en ríos turbulentos–.
Pasar un día en una playa china es una buena manera de encontrarse con las tensiones de la nueva era: el confucionismo, el taoísmo y el budismo, las nuevas costumbres alimenticias, el campesinado que llega a la gran ciudad y la juventud urbana con sus autos importados.
En las playas de Qingdao, en la provincia de Shandong, desde donde se escribe esta crónica, el lugar de los bizcochitos con grasa es ocupado por las brochettes de pulpo preparadas en parrillitas improvisadas. A veces, alacranes crocantes. O ananás descascarados, esculpidos a cuchillo con un cuidado conmovedor para sacar, uno por uno, los puntos espinosos de la fruta.
Es frecuente ver en la arena a las novias de impecable blanco, rodeadas por equipos de cuatro o cinco personas iluminando, maquillando, sacando fotos al lado del mar. Tradicionalmente, en China, tanto el novio como la novia se casaban de rojo. Ahora, la moda de la nueva riqueza local es producir casamientos de blanco al estilo occidental.
Nada de Iglesia, obviamente, así que el trámite más importante del casamiento es, de hecho, la producción fotográfica.
La “nueva China”, es decir, la China urbana, ésa que se casa de blanco en la playa, comienza simbólicamente con la generación que vivió la adolescencia después de la masacre de 1989 en la Plaza de la Paz Celestial –Tiananmen–. Para esa generación, Mao Tsé-tung es un personaje de libros de historia, al igual que el hambre que diezmó decenas de millones durante la política del “Gran salto hacia adelante”.
El período de la Revolución Cultural, budismo, y la otra mitad por la vida bajo el régimen. Entre los menores de 30 años, urbanos, las tres filosofías ocupan 20 %, el régimen ocupa otro poco, y el resto es todo occidentalización".
Xiao Ping tiene 21 años. El año pasado fue la primera de su grupo en una universidad de Shandong, la rica provincia del noreste. La profesora le dijo que había para el grupo apenas una inscripción para afiliarse al Partido Comunista, y que por haber sido el mejor promedio de la clase ella tenía derecho. No es fácil afiliarse al PC -los 60 millones de afiliados parecen muchos pero son apenas el 5 % del país-. Primero Xiao Ping rechazó al ofrecimiento. "Mi padre es afiliado y todavía ve el partido con ojos idealistas. Pero yo no", le dijo a LA NACION. Sin embargo, Xiao Ping, que quiere estudiar derecho internacional y trabajar para empresas extranjeras, cambió de idea poco después. "Antes, las empresas extranjeras preferían no contratar a quien estuviera afiliado al PC. Ahora, lo consideran como algo bueno del currículum: si estás afiliado es porque sos elite; por mérito o por posición social."
El sistema educativo chino es más liberal que, por ejemplo, el argentino. El ingreso a la universidad depende del puntaje acumulado y la universidad pública se paga: aproximadamente 500 dólares por año, valor nada barato en yuans. Los que no pueden pagar contraen una deuda con el Estado que tienen que saldar cuando se reciben.
La formación de recursos humanos, sin embargo, no da abasto. La avalancha de empresas multinacionales empieza a superar la capacidad del país de formar trabajadores calificados para el mundo globalizado. Es difícil encontrar suficiente gente que hable inglés y que, al mismo tiempo, pueda relacionarse sin conflictos con la cultura de la empresa occidental. Aunque los que sí reúnen esas condiciones son muy requeridos, tanto que las empresas multinacionales se los disputan permanentemente. No siempre el empleado deja la empresa por más dinero, sino por algo a lo que le dan mucha importancia: la posición de la compañía en el ranking mundial.

Desigualdad social
Los contrastes, sin embargo, están a la vista. La desigualdad social viene aumentando a una velocidad notable a medida que el país se enriquece. A veces, una imagen es apenas una imagen, pero la escena se repite cada vez con más frecuencia: los multimillonarios que circulan en autos de lujo al lado de los campesinos miserables se volvieron una rutina. En China, ese tipo de escena no era posible hace 15 años.
Según la Academia China de Ciencias Sociales, en este momento el 10 % de los chinos tiene el 40% de las riquezas del país. La disparidad de ingresos puede apreciarse considerando, por ejemplo, el ingreso anual per cápita. En la zona rural es de aproximadamente 500 dólares al año. En las regiones urbanas, 1300 dólares al año. Ese promedio no dice absolutamente nada: en Beijing o Shanghai, un departamento de 120 metros cuadrados cuesta entre 150.000 y 200.000 dólares. Y este cronista vio una escena que quizás sólo podría repetirse en Mónaco: cuatro "Audi A 6" a menos de treinta metros de distancia en un embotellamiento por las calles de Beijing. Ese auto de 100.000 dólares es algo común en las ciudades chinas.
Los campesinos llegan a la playa de Qingdao. El desarrollo económico les está mejorando la vida a unos cuantos de los 850 millones de trabajadores rurales. Y el turismo interno vive un boom. Los campesinos andan por la ciudad en grupos de treinta o cuarenta, todos con gorros rojos o amarillos para ser identificados por el guía, circulan por la arena elegantemente con traje azul y mocasines. Las señoras, con vestido azul o negro, zapatos con taco y cartera negra. Y muchas veces no se entienden con los locales -en cada ciudad china se habla diferente de la otra, por más que estén a menos de 100 kms-. Y entonces se repite la imagen más vista: chinos dibujando con el dedo ideogramas en el aire, para entenderse. El ideograma es siempre el mismo, la pronunciación es lo que cambia.
Dos fenómenos coexisten en China en este momento. Por un lado, millones de campesinos migran a las ciudades en busca de trabajo. Se los ve deambulando en las áreas urbanas, generalmente con saco y pantalón de vestir, para dar una buena impresión. Se los reconoce también porque están bronceados a fuerza de diez o doce horas de trabajo a cielo abierto -los chinos urbanos evitan quemarse para poder diferenciarse de los campesinos, a los que generalmente desprecian-. No por nada una frase que muchos intelectuales repiten sigue definiendo a la China de hoy: ban feng jian ("mitad feudalista"), ban zi ben zhu yi ("mitad capitalista"). El comunismo quedó en el limbo. Y en el sector melancólico del PC, que en el Congreso le da trabajo al premier Wen Jiabao.
Pero, por cierto, la vida de millones de campesinos viene mejorando notablemente desde la decisión de Deng Xiaoping, a fines de la década del 70, de devolverle las tierras para que las exploten por cuenta propia. En tiempos de Mao, tras la revolución del 49, cuando aproximadamente 2 millones de terratenientes fueron ejecutados, las tierras se habían convertido en comunas. Cuando llegó el Gran Salto Adelante (1958), todos los campesinos tenían que colaborar con la industria y la producción de armas entregando hierro fundido. Derretían los picaportes de las puertas, las cacerolas, las herramientas, hasta descubrir que no tenían con qué trabajar la tierra ni dónde cocinar. Los campesinos recuerdan esa época como un desastre absoluto.
Conocí a los Wang en una ciudad de 60.000 habitantes de las afueras de Lai Xi, en la provincia de Shandong, en el nordeste. La vida de esa familia ha mejorado notablemente desde comienzos de los años 80. Son plantadores de maní, y hace poco pudieron comprar una pequeña camioneta que ayudó a mejorar la distribución. Todo el mundo está un poco mejor en la región, dicen, gracias a que desde hace algunos pocos años pueden vender por su cuenta sus productos en lugar de estar obligados a entregarle casi todo al Gobierno. En el barrio pueden verse almacenes y pequeños negocios improvisados en las casas para vender leche, verduras, raíces.
Según la Academia China de Ciencias Sociales, dentro de tres años comenzará a faltar mano de obra barata. La "reserva" de mano de obra rural, dispuesta a emplearse por 120 dólares al mes en las fábricas occidentales que se instalan aquí, no sería de 150 o 200 millones, como se pensaba, sino de apenas 50 millones. Apenas esa "reserva" se acabe, los salarios en China comenzarán a aumentar.

En la playa
Por la rambla de Qingdao, la Mónaco del norte de China, circulan incesantemente autos de lujo. ¿Cómo identificar a un oficial cualquiera del Partido Comunista? Es el que pasa manejando un "Audi A6" -con placa que comienza con 0-01- y tocando la bocina como diciendo "abran paso", aunque se trate del oscuro secretario de un distrito del interior de una provincia del interior. Confucio enseñó: "Los súbditos son el pasto, el gobernante es el viento". Hoy es el viento del Audi esquivando embotellamientos.
Sorprende la limpieza de estas playas, la meticulosidad de los jardines perfectamente cuidados, cuando la polución en China es asfixiante. En un día de sol sin nubes, en Beijing -señalada recientemente por la Agencia Espacial Europea como la metrópolis más contaminada del mundo-, la luminosidad es la de una ciudad argentina en día nublado. Algunos dicen que "es el polvo del desierto de Mongolia" y, efectivamente, cada dos por tres hay tormentas de polvo desde el norte que hacen la ciudad irrespirable. Pero los ojos arden incluso en días normales.
Aunque sólo 450 millones de personas son consideradas urbanas -sobre un total de 1300 millones que componen la población total del país-, China va a superar este año a los EE.UU. como el principal emisor de gases de monóxido de carbono. La razón principal es que el aumento de consumo está produciendo un aumento del consumo de energía. Como el 70 % de la energía china se produce a partir de la quema de carbón, el cielo plomizo es inevitable. Dieciséis de las 20 ciudades más contaminadas del planeta están en China. El 70 % de los ríos está contaminado y una tercera parte del país soporta lluvias ácidas.
Pero vale la pena poner la situación en perspectiva. En un estudio del World Wide Fund for Nature (WWF), Dennis Pamlin, consejero de la institución y coautor del trabajo, destacó que, si bien China está contaminando al mundo con su producción, esaproducción es mayoritariamente para el mundo "civilizado" y no contaminado. El caucho, por ejemplo, llega a la China, es convertido en zapatos, y el 70 % vuelve a salir rumbo a Europa y Estados Unidos. "El principal problema es el padrón de consumo de Occidente", dijo.

Consumo y corrupción
"Estoy harto", le dice Wang Li a este cronista. Hijo de empresarios de buena posición en una ciudad del interior cercana a Beijing, él mismo ya tiene su propia empresa: una escuela para enseñar inglés por la que tuvo que pagar 130.000 dólares en concepto de licencia. "Pero además, si no quiero tener problemas, cada tanto tiempo tengo que llevar a los funcionarios del gobierno local a comer al mejor lugar, comprar las bebidas más caras y después pagarles prostitutas. La corrupción acá es espantosa".
Li está harto y no es el único. El gobierno central se dio cuenta de eso y pretende evitar que el descontento se traduzca en algo mayor. No es casualidad: en los últimos tiempos los diarios chinos -controlados por autoridades máximas del PC- comenzaron a publicar, cada vez más seguido y en tapa, episodios de acusaciones e incluso encarcelamiento de miembros del gobierno por corrupción. Quieren mostrar que están combatiendo el problema. Por ejemplo, hace dos meses fue ejecutado el jefe del Food and Drug Administration local, Zheng Xiaoyu, por recibir 650.000 dólares de propina.
No por nada un estudio del Consejo de Estado, la Academia de Ciencias Sociales y el Partido Comunista probó recientemente que, de los 3220 chinos con una fortuna mayor a los 10 millones de euros, 2932 son oficiales de alto rango del Partido Comunista. La cifra lo dice todo.
Los miembros del partido no disimulan su enriquecimiento, circulan con sus autos de lujo y se muestran abiertamente en los restaurantes, en almuerzos y cenas palaciegas. Se enriquecen porque depende de ellos, apenas de su sí o de su no, la aprobación para la construcción de un edificio, para la apertura de una empresa o negocio, o las condiciones laborales que las empresas tienen que darles a sus empleados o al medio ambiente. Los ciudadanos o emprendedores comunes están sometidos a dos extremos: la arbitrariedad de los oficiales comunistas de su distrito o un capitalismo salvaje y sin reglas, en que se puede contratar a la gente y hacerla trabajar siete días por semana, algo absolutamente común hasta en cadenas norteamericanas que sirven comidas por aquí.
Como siempre, el problema de la corrupción no es sólo el dinero desviado, sino la forma en que se definen las políticas, y eso es lo que comienza a preocupar a la alta elite gubernamental china. En todo el interior las cosas se definen así: el empresario invita al funcionario o al director de un banco estatal a un gran almuerzo. Toman cerveza, vino y bajiu -un destilado de arroz tremendo- hasta quedar completamente borrachos. Se crea entonces un lazo de intimidad: el funcionario aprueba cualquier proyecto -por más inviable que sea- y recibe un dinero por fuera. En el futuro, el proyecto pasará a integrar la bolsa de 37 % de créditos incobrables que, dicen por aquí, tienen los bancos estatales chinos. Ante la primera frenada de la economía, estalla todo lo que hoy está encubierto por un crecimiento increíble de más del 10 por ciento cada año. Una bomba de tiempo.
La China de este comienzo de siglo XXI es el país del exceso. Del comunismo al consumismo sin escalas, todo parece una gran catarsis. Si los colores eran considerados un desvío burgués, ahora los colores tomaron cada centímetro de la ropa, de los comercios, de los hoteles, de las decoraciones. Las flores -en general de plástico- están por todas partes. Si se pasó hambre, ahora dos personas piden, en general, unos 10 platos -el pescado, el arroz, la sopa, claro, y una carne, y legumbres al vapor, una ensalada, unos frutos de mar, e invariablemente sandía como postre-. La mitad de la comida queda en la mesa.
¿Chi le, má? , todavía saludan los campesinos en la playa. Literalmente significa "¿Comiste?", a lo que el saludado responde: "Comí". Pero los tiempos han cambiado: hoy nadie está preguntando si la persona comió realmente . Es apenas un saludo. Una manera de preguntar: "¿Todo bien?".
Por Luis Esnal

lanacion.com

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