lunes, 9 de agosto de 2010

Las chicas de la generación Gaga

NUEVA YORK ( The New York Times) .- "¡Odio la verdad!", gritó Lady Gaga en la mitad de la segunda de sus tres fechas agotadas del mes pasado en el Madison Square Garden. Convenientemente, la verdad también detesta a la cantante.
En la memoria reciente del pop, no ha habido mayor enemigo de lo auténtico que Lady Gaga. En su universo, no muy meticulosamente construido, no hay nada que no pueda reescribirse, revisarse o renacer. Hasta no hace mucho, tocaba en el piano melodías confesionales en diminutos locales de Nueva York.
Ahora es la estrella del pop más grande del momento, un talento veleidoso escondido bajo una orgía de bolas de espejo, racimos de burbujas, cortinas de vinilo y encaje pegajoso. Lady Gaga se hizo exitosa adhiriendo a la creencia de que no existe verdad interior para publicitar o rescatar: lo único que se puede hacer es volver a inventarse.
Por donde se mire, el pop se convirtió en Gaga. Está bien, es el poder que confieren los disfraces, pero sus huellas están por todas las imágenes modificadas de Christina Aguilera, Rihanna, Katy Perry y Beyoncé; y en las artistas nuevas como Kesha, Janelle Monáe y Nicki Minaj. Es posible que no citen a Lady Gaga como influencia directa, pero el trabajo que viene haciendo desde su primer álbum, The Fame (2008) refrescó los lábiles límites convencionales. Hacía tiempo que el espacio para que las mujeres pudieran probar nuevas identidades estéticas en el pop no era tan extenso.
Este nuevo feminismo se trata más de la posibilidad de elegir que de una elección específica. Y es liberadora esta expansión musical hacia espacios tanto visuales como sónicos, instintivos como intelectuales, interpretados como vividos.
En el pop masivo más nuevo, la mayoría de las artistas femeninas son excéntricas, raras, aventureras. Para ellas, la actuación y la exterioridad son fundamentales en su presentación, mucho más que cualquier mensaje en sus canciones.
De muchas maneras, es un bastardeo del modelo Madonna. Desde el comienzo de su carrera, la cantante fue una embustera inteligente del pop, que usaba una imaginería escandalosa a modo de distracción mientras metía de contrabando en su música ideas sobre religión y política social. Por el contrario, la mayor parte de la generación Gaga está interesada en la distracción como un fin en sí mismo.
El futuro está aquí
La era de Gaga, en realidad, comenzó hace una década, con la llegada de Britney Spears y Christina Aguilera. Los puristas se quejaban de que eran una construcción, una queja sorda. Pero su aporte a la teatralidad del pop -de un modo que los artistas masculinos de la época rara vez lograban- terminó siendo más importante que los debates sobre la autenticidad que inspiraron. Ellas sentaron las bases para lo que resultó una década de más de lo mismo.
Lady Gaga llevó ese movimiento hacia su fin lógico, casi hasta el punto de prescindir de la música por completo. Es casi siempre una gran cantante: el hecho de que lo oculte tan bien es uno de sus muchos trucos. (No es tan buena bailarina, algo que para alguien tan integrado en una actuación perfecta es un punto débil tremendo, uno que rara vez se discute.) Y sus canciones son absolutamente vacías, simples esqueletos con los que envolverse.
Además, lo que realmente separa a Lady Gaga de las sirenas poperas de hace una década es que su capacidad de seducción fue neutralizada y recontextualizada. Cerca del final de su última presentación en el Madison Square Garden, salió al escenario con unos artilugios en el pecho y la entrepierna, de los que salían bengalas, mientras Gaga escupía mínimos bocadillos provocativos. "¡Díganles que le prendí fuego al lugar!", gritó. Fue un claro repudio a la iconografía hipersexualizada. No había qué tocar sin lastimarse.
También se la vio así en la tapa de la revista Rolling Stone norteamericana, en la que posaba con un corpiño con ametralladoras -similar al que usa en el videoclip de "Alejandro", su último y probablemente menos ambicioso single de su discografía-, blandiéndolas ante un enemigo invisible.
Es provocativo, es cierto, pero para Lady Gaga, tal vez demasiado ideológico. En serio, la única persona con la que Lady Gaga emprendió una guerra es contra ella misma.
Jon Caramanica

lanacion.com

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