lunes, 16 de agosto de 2010

La vida en las sombras de los argentinos en Florida

Silvia Pisani
Corresponsal en EE.UU.
MIAMI. No se sabe muy bien cuántos son, pero son muchos miles. Quedaron colgados entre la gran emigración de la crisis de 2001 y la imposibilidad de volver a la Argentina. "Allí ya no tenemos lugar", dicen. Con los años aprendieron a vivir a la sombra en Estados Unidos, el país que, en teoría, lo ofrece todo.
Hay un sistema no escrito. Saben por dónde pueden ir y por dónde no, casi como una isla dentro del país. Saben cómo moverse, cómo buscar trabajo, cómo prosperar. También cómo, aun en la sombra, enviar todos los meses ayuda a los familiares que están en la Argentina.
Les inquieta la nueva ola de rigor migratorio que parece avecinarse en Florida, uno de los estados con mayor concentración de argentinos sin documentos. "Si eso avanza, el gobierno argentino protestará", aseguró a La Nacion una fuente diplomática de primer nivel. Pero tampoco los desvela. "Hemos vivido muchas de éstas", dice. No necesitan cuidarse más y, en rigor, tampoco podrían: hace años que vienen cuidándose en todo, como quien vive sin hacer ruido, para que no lo vean.
Otros, cansados, optaron por intentar una nueva vida en otro estado. Mudarse a California o a Nuevo México. "Pero tampoco es tan fácil. No podés irte a otro estado así de la nada, porque si no tenés contactos que te ayuden, estás frito", dicen.
Mientras tanto, siguen con su rutina de habitantes "de segunda". No salen de noche, no viajan en avión dentro del país, no toman alcohol en lugares públicos (para no correr el riesgo de una borrachera). No andan mucho por el centro de Miami, por aeropuertos ni por lugares muy vigilados. Evitan las grandes autopistas y los embotellamientos de los días y horas pico. Saben que un mínimo error los puede llevar a la deportación.
Con todas esas limitaciones, hacen una vida similar a la de muchos norteamericanos. "Nos dicen ilegales, pero pagamos impuestos", se atajan.
Trabajan, envían a sus chicos al colegio, prosperan. Pero saben que, de un momento a otro, todo se les puede venir abajo. Eso es lo peor. "Lo más grave que te puede ocurrir es que te descubran y te deporten. Pero una vez que aprendés a vivir con el peor miedo, todos los demás parecen menores. Y es cuestión de rutina", dice Daniel, un marplatense que emigró a Florida en lo peor de la crisis de 2001.
Hoy, como "inmigrante ilegal", tiene trabajo, una empresa propia de refacciones, una camioneta. Puede mantener a sus hijos, enviarlos al colegio e, incluso, una vez, cumplir el sueño de ir a Disney World.
No anda escondido. Tiene una cuenta bancaria y todos los meses pasan bajo su puerta promociones de nuevas tarjetas de crédito. Para que uno lo crea, saca el sobre: "Esta me llegó la semana pasada".
No se ufana. Lo que hace es describir su rara vida de indocumentado. Una más de las vidas que, a la sombra del sistema, tienen por lo menos 12 millones de personas en Estados Unidos.
"Es como un país dentro del país, un sistema dentro del sistema", acota Mónica Franco, una activa integrante de la comunidad de argentinos en situación similar. Se sacan fotos con LA NACION. Cuentan sus historias. No están escondidos ni, por el momento, les quita el sueño la posibilidad de que el estado de Florida endurezca sus normas migratorias, tal como lo hizo Arizona.
"Primero, porque hay que ver si eso ocurre", acota Rosa, la madre de Mónica, que, pese a sus años en suelo norteamericano, aún tiene el acento correntino.
Para ellos, el miedo no es de ahora. El verdadero miedo empezó poco después de septiembre de 2001, cuando la ola de exigencia en seguridad que trajo el atentado contra las Torres Gemelas fue acotando la posibilidad de que personas sin documentos vivieran en el país. "A partir de entonces, poco a poco, la cosa se fue complicando. Se fueron cerrando puertas. Y quedamos en el limbo, sin poder volver y sin poder quedarnos", acota.
Viven, pero tienen un techo de cristal arriba. "Hay cosas que sabemos que no son para nosotros", describe Mónica. Hoy se gana la vida como esteticista. Hace poco soñó con un curso de asistente en diagnóstico por imágenes. Pero finalmente desistió: "Es inútil que invierta dinero cuando sé que sin documentos jamás podré trabajar", dice.
Y, además del techo de cristal, tienen un enorme cerco al costado: si salen, no vuelven a entrar en Estados Unidos y lo pierden todo. "Lo peor es que, con el paso del tiempo, te vas quedando. Y duele ver que la vida pasa sin que se pueda volver a ver a los seres queridos que quedaron allá", dice Tomás Calvo, otro argentino que habló con LA NACION.
"A mí se me murió mi madre. No pude volver para despedirme", dijo.

¿Vale la pena todo esto? ¿Vale la pena vivir así? La respuesta es más o menos la misma:
"Sabemos que no podemos volver a la Argentina. Que no hay lugar para nosotros, no hay trabajo", dice Mónica.

El olvido argentino
Todos, durante los últimos años, han visto regresar a amigos argentinos. "Mucha gente volvió", admiten las autoridades locales. Saben que hoy son muchos menos que cuando empezó el gran éxodo de 2000.
"Pero somos muchos más que los que creen las autoridades argentinas, que nos ignoran", dice Mónica. Al igual que muchos otros, afirma que la emigración no es una prioridad en la política exterior argentina.
"Esto es una pena y una mentira. Somos muchos los que estamos afuera y que podríamos hacer cosas por el país", dice. Y, cuestión de miradas, pone más la carga en el "olvido argentino" que en la promesa incumplida del presidente Barack Obama de buscar una solución para la enorme bolsa de población ilegal en la sombra.
Vuelve el tema del miedo. Y juran que no es tanto. Que es cuestión de saber moverse. "Yo nunca más he vuelto a pasar por Aventura Mall", dice Daniel. Fue cerca de ese popular centro comercial donde vivió su peor experiencia en años: lo sorprendieron sin registro para conducir y fue detenido, esposado y trasladado en un patrullero. "Durante horas, pensé que todo se había terminado para mí, que me deportaban." Luego, la policía comprobó que no tenía antecedentes criminales y todo quedó en nada. Incluso después de eso sigue en Miami y sale todos los días con su camioneta a trabajar en refacciones. "Si no trabajo, no como", dice.
Mónica coincide. "Hay que seguir. Cuando yo me fui de la Argentina, ya había aprendido lo que era tener hambre. No me fui porque quise, no me vine a Miami porque quise. Nos expulsaron. No había lugar", insiste.

La paradoja de ser ilegal en EE.UU. y pagar impuestos
MIAMI (De nuestra corresponsal).- Hace unas semanas, cuando el presidente Barack Obama deslizó por primera vez la posibilidad de una masiva regularización de inmigrantes indocumentados, mencionó, entre otras exigencias, el hecho de que deben pagar sus impuestos.
"Lo llamativo de este país, y algo que muchas veces se ignora, es que los inmigrantes que no tienen documentos y que, por lo tanto, carecen de muchos derechos, pagan en Estados Unidos grandes sumas de dinero en impuestos", subrayó el abogado Rick Méndez, experto en temas migratorios en esta ciudad.
Los argentinos no son la excepción. "Mi empresa de refacciones ha llegado a pagar 5000 dólares al año en impuestos", dice a LA NACION un maestro mayor de obras que prefiere no suministrar su identidad completa.
Es de Mar del Plata, emigró en 2000 y no tiene documentos legales de residencia. En ese tiempo, sin embargo, llegó a fundar una empresa propia de refacciones. "En los buenos momentos, doy trabajo a por lo menos tres personas más", dice.
Factura sus trabajos legalmente y paga impuestos. "He llegado a pagar 5000 dólares en un año", dice, y muestra su tarjeta de identificación fiscal, la misma con la que -a la hora de pagar sus cargas personales- desembolsa cerca de 800 dólares anuales. A su lado, Mónica hace otro tanto. Ella paga menos, pero también paga.
"Cuando me enteré de que podía pagar impuestos, no lo podía creer. Pero si yo soy ilegal, ¿cómo me voy a anotar para pagar?, pregunté. Pero me dijeron: no hay problema, en este país, mientras te anotes para pagar, no hay problema. Si lo que pretendés es cobrar, ya es otra cosa", explica que le dijeron.
Todos los años, el aporte de inmigrantes indocumentados supera los 3000 millones de dólares, según datos oficiales. "Que se diga que los inmigrantes vienen a robar el trabajo de los norteamericanos y que no pagan impuestos es una mentira enorme como una casa", sostuvo, días atrás, la cadena televisiva CNN, en un informe especial sobre la cuestión.
"Casi todos los inmigrantes pagan ese impuesto, entre otras razones, porque confían en que eso les abrirá, algún día, las puertas a la legalización", agregó Méndez.

Sin admisión
Otros piensan lo contrario. "No se puede admitir a inmigrantes indocumentados porque ahora hagan algo bueno", dijo Dan Stein, líder en esta ciudad de la Federación por la Reforma Migratoria.
"Que Obama pretenda ahora que se regularice a los inmigrantes indocumentados por el simple hecho de que son muchos y que no se los puede deportar a todos es como que el FBI diga que los delincuentes son muchos y, entonces, los vamos a sacar a la calle", añadió.
Del otro lado, los indocumentados defienden su aporte a la economía del país. "Somos mano de obra barata que, además, paga impuestos. Todo esto es sabido y reconocido. Si no nos quieren regularizar, es por cuestiones políticas y no por otra cosa", afirma Tomás Calvo, otro argentino indocumentado que trabaja en la instalación de equipos de refrigeración.
Los hay de todos los perfiles y ocupaciones. No son pocas las mujeres que trabajan limpiando casas y cuidando chicos. Apenas uno se mueve por esta ciudad, descubre a un batallón de argentinos trabajando en restaurantes, peluquerías, playas de estacionamiento y comercios.
"Yo tengo un odontólogo que es ilegal. Tenía su consultorio en Campo de Mayo, provincia de Buenos Aires. Hoy trabaja como mecánico dental en un taller que fabrica prótesis, en la zona de Miami Beach. Y en los ratos libres, atiende a pacientes -también indocumentados- en un pequeño consultorio que montó con otros en el mismo taller", dice Tomás.
Un mundo oculto dentro del mundo visible que, para salir a la luz, lo primero que hace es pagar impuestos, como un ciudadano normal. A la espera de que, algún día, le sirva para algo.

EL TEA PARTY APOYO LA LEY DE ARIZONA
PHOENIX (AP).- Un grupo de activistas del movimiento Tea Party se reunió ayer en un lugar cercano a la frontera entre México y Arizona para apoyar la controvertida ley de inmigración de ese estado. Cerca de Nogales, los manifestantes pegaron cientos de banderas norteamericanas a los postes del muro fronterizo y mensajes que exhortaban a reducir el flujo de inmigrantes ilegales. Una jueza federal suspendió el mes pasado los aspectos más controvertidos de la ley, calificada de racista y discriminatoria, ya que permitía a la policía solicitar documentos a una persona por la sola sospecha de ser un inmigrante ilegal.

Los registros de conducir, otra forma de esquivar la autoridad
BURIEN, Washington (AP).- Carlos Hernández se marchó de Arizona con su familia después de que ese estado aprobó su estricta ley de inmigración. El nuevo destino del indocumentado, en las afueras de Seattle, le ofrecía algo que Arizona se negó a darle: una licencia de conducir.
Tres estados -Washington, Nuevo México y Utah- permiten que los indocumentados obtengan registros de conducir, porque sus leyes no requieren al solicitante comprobar que es ciudadano o residente legal.
Un análisis de la agencia AP detectó que en esos estados ha aumentado el número de inmigrantes que solicitan documentos de identificación, una tendencia atribuida por los expertos a las medidas severas contra los indocumentados aprobadas recientemente en Arizona y en otros estados.
El debate sobre la inmigración ha arrojado luz sobre los programas de licencias de conducir que, según quienes los apoyan, resultan convenientes porque los conductores que no llevan registro en general tampoco cuentan con un seguro. Los opositores insisten en que estas leyes atraen a los indocumentados y a los delincuentes.
"Los estados de Washington y Nuevo México han sido imanes para los traficantes de documentación fraudulenta y los contrabandistas de indocumentados durante años", dijo Brian Zimmer, presidente de la Coalición por una Licencia Segura de Automovilista. Las autoridades estatales niegan esa afirmación.
El análisis de datos realizado en los tres estados reveló algunos números interesantes. El índice de registros expedidos a inmigrantes durante las 10 semanas que siguieron a la aprobación de la ley en Arizona reflejó un incremento del 60% respecto del promedio del año anterior.
Algunos casos recientes de fraude en Nuevo México y Washington ilustran que varias personas tratan de aprovechar las reglas.
Un hombre de Illinois está acusado de llevar a dos inmigrantes polacos de Chicago a Albuquerque, el mes pasado, a fin de cobrarles 1000 dólares por ayudarles a obtener licencias, de acuerdo con una querella penal.
Jaroslaw Kowalczyk publicó presuntamente un anuncio en un periódico polaco, donde destacaba: "No hace falta clave de seguridad social. Garantizado al 100%".

Mil trucos para evitar la tan temida deportación
MIAMI (De nuestra corresponsal).- Dentro de muy poco, cuando parta de regreso a Buenos Aires la última de las tres argentinas encarceladas por haber mentido para obtener la visa norteamericana, se cerrará uno de los tantos episodios que, a poco de indagar, se detectan entre quienes se desesperan por lograr el sello que les permita cruzar la frontera.
El caso de "A" -LA NACION no revela su identidad- ilustra lo que les ha ocurrido a numerosos argentinos indocumentados que, una vez que se fueron de Estados Unidos, no pudieron regresar y buscaron, con el penoso resultado a la vista, el truco para poder hacerlo. "Uno puede sobrevivir como inmigrante indocumentado. Pero, si te vas, sonaste. No podés volver", dice Mónica Franco, una argentina indocumentada.
La llegada de argentinos tuvo un pico enorme en lo peor de la crisis de 2001, cuando se podía ingresar con la llamada "visa waiver" que, en los hechos, implica ausencia de sello. Esto es, el poseedor de un pasaporte argentino podía entrar y permanecer en el país por tres meses sin necesidad de visa. Luego, eso se terminó.
"Con eso, se cerró el chorro de la gran entrada de argentinos", recuerda Franco. Las autoridades argentinas admitieron que, por entonces, llegó a haber no menos de 300.000 argentinos en situación de indocumentados sólo en Florida. Muchos de ellos regresaron luego a la Argentina. De ellos, un buen número intentó volver una vez más a Estados Unidos. El caso de "A" es uno de ellos, pero no el único.
En su caso, pagó el intento con semanas de prisión en el Federal Detention Center, de esta ciudad. Según pudo reconstruir LA NACION, algunos de esos días los pasó en el "chute", o celda de castigo, aislada de sus otras dos compañeras de desventura, con las que nunca llegó a cruzarse.
"Ni siquiera tener un hijo norteamericano sirve para acceder a la residencia", contó a LA NACION el abogado Rick Méndez. En el caso de "A", ella tiene un hijo de esa nacionalidad y, sin embargo, espera la deportación.
Otros, dentro del país, intentan recursos desesperados para quedarse. Entre ellos, tramitar un matrimonio por interés; esto es, acordar por una suma de dinero un enlace con un ciudadano norteamericano, de modo de acceder a la ciudadanía.
"No es tan sencillo. No porque sea caro [puede costar cerca de 10.000 dólares], pero sí es complicado sortear el interrogatorio de migraciones y luego, las complicaciones que pueden venir si la persona con la que uno se casa niega el divorcio o exige más dinero", se explicó a LA NACION.
A otros se les ofrecieron trucos peores. "A mí me propusieron que me quedara con la identidad de un muerto", contó un argentino indocumentado. "Me vendían otra identidad. Tenía que cambiar mi nombre y usar el del muerto y seguir mi vida bajo su identidad", explicó.
lanacion.com

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